jueves, diciembre 11, 2008

AGOSTO


Zagaletones de agosto, en vacaciones escolares que dejan todo el tiempo del mundo. Nueve a doce años, grupo perfecto de tres caminando a campo traviesa, introduciéndonos en fincas vecinas, trepando árboles, comiendo frutas desde lo alto de sus ramas, saciándonos de una variedad de mangos y nísperos, refrescando las intensas caminatas en las albercas que encontrábamos y entre una alambrada y otra, el ladrido furioso de un perro grande, amarillo, chucuto y flaco: a correr!! Ante tamaña fiera que envalentonada con nuestra huida, más furioso ladraba y más rápido corría tras la estampida, entre risas nerviosas y jadeos mis dos compañeros me dejaron, atravesando presurosos una alambrada, que a tres pasos de mi, parecía muy lejana, mientras aquella fiera amarilla, demasiado cerca, me mostraba su terrible dentadura. Sin otra alternativa gire y me agache aterrorizado logrando agarrar una piedra en cada mano, grite más de miedo que de valor mostrando retador mis nuevas armas a la amenazante fiera, que para mi sorpresa huyo despavorida sin presentar batalla y dejándome sin la oportunidad de estrenarme de modesto David.
Risueño, sudoroso y nervioso me volteé a buscar a mis compañeros, que asombrados con la escena me miraban del otro lado, rotas sus camisas por atravesar raudos aquel enrejado de espinas.Hoy a muchos años de aquel día, nuevamente ladra un perro, ahora rojo persiguiendo marchas despavoridas. Como en ese entonces, carezco de posibilidades de huida. Y esta vez son las almas de mis amigos las que se rompen y no sus camisas al cruzar la línea fronteriza, así que haciendo de tripas corazón, presentaré batalla con mi mejor cara fea. Ojalá Dios, también esta vez el perro decida la huida!

Angel Rivero

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