PROCEDIMIENTO PARA OLVIDAR
Procúrate un reloj digital, es pura paja aquello de lo romántico de los analógicos. Espera su llamada, no importa que no la haga y en forma paciente, mira pasar los minutos. Cuenta: 11:55, 11:56, 11:57, 11:58, 11:59, las 12:00. Si fuera analógico las agujitas estarían juntas, una encima de la otra, copulando como dijo Benedetti o no sé quién carajo y en ese instante, analiza la hora. Primero un uno, luego un dos e inexorablemente un par de ceros; claro, hay una división en el medio, ¿ves?, ella no está pensando en ti, sólo te está olvidando; eso serás, cero.
No pares, es tu corazón el que suena, recuerda que el reloj es electrónico —quizás estático—, no emite sonidos perceptibles, continúa: 12:01, 12:02, 3:01, 3:02, 3:12; advierte el cansancio. Ahora, como el cirujano que toma el bisturí y disecciona separando piel de músculos, como si de placas se tratara, revuelve la emoción: percibe la rabia, imagina que ha vuelto el novio de la infancia o ha aparecido algún poeta con rosas en la mano, han tomado dos, tres, cinco margaritas y alicorados de nostalgias y de piel, cabalgan furiosos. Retuércete, dibújalos. Hela ahí, la primera de tantas, la lámina. Parecen transparencias, una sobre la otra creando la imagen falsa de un sentimiento: el amor, el odio, la felicidad, la tristeza, similar a una cebolla que capa a capa se convierte en cuerpo y se lo hurgas, si lo atentas, podría humedecerte la mirada.
Dale: 3:15, 3:16, esto es un tratamiento similar a la purificación del agua con el ozono, revientas las bacterias saturándolas de oxígeno, sólo que aquí no usarás ese gas alotrópico, utilizarás la duda, los celos que oxidan y corroen terriblemente. Ahora afíncate, llévalos a la máxima expresión: descuelga el teléfono, no llames. ¿Oyes el canto del gallo? Igual que cuando estaba contigo. ¿Sabes cuánto dura la vida de un plumífero y sobre todo en esta época de crisis? Él sigue cantando y ella no está: la otra placa salta a los ojos. ¿Qué carajo tiene ahora de romántico el cantico del gallo?
Vamos, no llores; recuerda los acetatos, mira a través de ellos, traslúcete. Si chillas la solución salina formará una película que protegerá las láminas, las reforzará. ¿Has visto que alguna lágrima erosione la piel? No llores, trágalo todo, déjalo adentro. Si lo haces, si no lo sacas, el líquido se filtrará entre ellas y ayudara a separarlas. ¿Sientes? Claro que sí, es la idea, saturarlas, engordarlas hasta que exploten. ¿Duele? Continua. Quédate al lado del teléfono, míralo no sonar, ten en cuenta que esto es como la medicina, sabe horrible pero cura. Sigue, sigue, 4:05, 4:06 ¿Desesperas, crees que mueres? Perfecto, va con el plan. ¿Tienes un arma?, ¿vives en un octavo piso? Escúrrete en el suelo, tómala, verifica que esté cargada; quita el seguro, ponla en tu cabeza y di en voz alta: "vivo o muero, esa también es mi voluntad".
Decides vivir, decides vivir porque te da la gana. Aleja el arma de tu sien, coloca el seguro, descárgala no sea que algún pendejo venga a accidentarse con ella y cuando alguien te diga que tiene el control de tu vida, mándalo para el infierno.
Ahora ve a ducharte, son las 5:15 hay que trabajar. Quizás te llame a la oficina y en el momento en que lo haga dile confiado: “intenté ubicarte y no hubo conexión, lo siento, al colgar el teléfono la bocina quedo mal puesta, ¿me llamaste?” —Ella repetirá—: “¿dee…, des…, descolgada?, con razón. Te busqué y no respondiste, quería contarte, lo intenté mas no logre la conexión; me conseguí con una amiga del colegio y tomamos un par de margaritas, por eso no estuve, me fui temprano. Bueno Novio —añadirá—nos hablamos en la tarde”. “Claro, claro, —contestarás—, chao, chao, un beso” Fin de la charla y hasta del suplicio, entonces piensa: ¿Un par de margaritas?, ¿una amiga?, ¿algo ha cambiado? Quizás sí, quizás no. Lo cierto del caso es que sin temor a equivocarte —nuevamente— la faena la decides tú; tú y absolutamente nadie más.
NOTA: No se garantizan resultados, si no se quiere olvidar.
Ángel Rivero G.
26 de agosto 2003
Procúrate un reloj digital, es pura paja aquello de lo romántico de los analógicos. Espera su llamada, no importa que no la haga y en forma paciente, mira pasar los minutos. Cuenta: 11:55, 11:56, 11:57, 11:58, 11:59, las 12:00. Si fuera analógico las agujitas estarían juntas, una encima de la otra, copulando como dijo Benedetti o no sé quién carajo y en ese instante, analiza la hora. Primero un uno, luego un dos e inexorablemente un par de ceros; claro, hay una división en el medio, ¿ves?, ella no está pensando en ti, sólo te está olvidando; eso serás, cero.
No pares, es tu corazón el que suena, recuerda que el reloj es electrónico —quizás estático—, no emite sonidos perceptibles, continúa: 12:01, 12:02, 3:01, 3:02, 3:12; advierte el cansancio. Ahora, como el cirujano que toma el bisturí y disecciona separando piel de músculos, como si de placas se tratara, revuelve la emoción: percibe la rabia, imagina que ha vuelto el novio de la infancia o ha aparecido algún poeta con rosas en la mano, han tomado dos, tres, cinco margaritas y alicorados de nostalgias y de piel, cabalgan furiosos. Retuércete, dibújalos. Hela ahí, la primera de tantas, la lámina. Parecen transparencias, una sobre la otra creando la imagen falsa de un sentimiento: el amor, el odio, la felicidad, la tristeza, similar a una cebolla que capa a capa se convierte en cuerpo y se lo hurgas, si lo atentas, podría humedecerte la mirada.
Dale: 3:15, 3:16, esto es un tratamiento similar a la purificación del agua con el ozono, revientas las bacterias saturándolas de oxígeno, sólo que aquí no usarás ese gas alotrópico, utilizarás la duda, los celos que oxidan y corroen terriblemente. Ahora afíncate, llévalos a la máxima expresión: descuelga el teléfono, no llames. ¿Oyes el canto del gallo? Igual que cuando estaba contigo. ¿Sabes cuánto dura la vida de un plumífero y sobre todo en esta época de crisis? Él sigue cantando y ella no está: la otra placa salta a los ojos. ¿Qué carajo tiene ahora de romántico el cantico del gallo?
Vamos, no llores; recuerda los acetatos, mira a través de ellos, traslúcete. Si chillas la solución salina formará una película que protegerá las láminas, las reforzará. ¿Has visto que alguna lágrima erosione la piel? No llores, trágalo todo, déjalo adentro. Si lo haces, si no lo sacas, el líquido se filtrará entre ellas y ayudara a separarlas. ¿Sientes? Claro que sí, es la idea, saturarlas, engordarlas hasta que exploten. ¿Duele? Continua. Quédate al lado del teléfono, míralo no sonar, ten en cuenta que esto es como la medicina, sabe horrible pero cura. Sigue, sigue, 4:05, 4:06 ¿Desesperas, crees que mueres? Perfecto, va con el plan. ¿Tienes un arma?, ¿vives en un octavo piso? Escúrrete en el suelo, tómala, verifica que esté cargada; quita el seguro, ponla en tu cabeza y di en voz alta: "
Decides vivir, decides vivir porque te da la gana. Aleja el arma de tu sien, coloca el seguro, descárgala no sea que algún pendejo venga a accidentarse con ella y cuando alguien te diga que tiene el control de tu vida, mándalo para el infierno.
Ahora ve a ducharte, son las 5:15 hay que trabajar. Quizás te llame a la oficina y en el momento en que lo haga dile confiado: “intenté ubicarte y no hubo conexión, lo siento, al colgar el teléfono la bocina quedo mal puesta, ¿me llamaste?” —Ella repetirá—: “¿dee…, des…, descolgada?, con razón. Te busqué y no respondiste, quería contarte, lo intenté mas no logre la conexión; me conseguí con una amiga del colegio y tomamos un par de margaritas, por eso no estuve, me fui temprano. Bueno Novio —añadirá—nos hablamos en la tarde”. “Claro, claro, —contestarás—, chao, chao, un beso” Fin de la charla y hasta del suplicio, entonces piensa: ¿Un par de margaritas?, ¿una amiga?, ¿algo ha cambiado? Quizás sí, quizás no. Lo cierto del caso es que sin temor a equivocarte —nuevamente— la faena la decides tú; tú y absolutamente nadie más.
NOTA: No se garantizan resultados, si no se quiere olvidar.
Ángel Rivero G.
26 de agosto 2003
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