lunes, junio 29, 2009

POLÍTICA O FALSA CONCIENCIA.

POLÍTICA O FALSA CONCIENCIA.

En un comentario colgado se me acuso de subjetivo, y sí… es mi específica interpretación basada en la experiencia en el tema o el ángulo de visión que me apropie, esa es mi verdad subjetiva, que por tal no deja de ser verdad, es mi “reacción” contra la objetividad, “la negación de lo pensado en beneficio del saber” o lo que Hegel llamo la “libertad abstracta”. Abordaba el tema de la política como ciencia (¿) separada de la praxis, o la no puesta en practica del conocimiento probablemente ideológico en este asunto, o el peor o más inmoral de los casos, cuando se esgrime esa ideología a manera de espejismo para engañar concientemente en la búsqueda de poder o enriquecimiento personal, se pueden hacer analogías o comparaciones de esta característica política con posiciones de la intelectualidad, de la literatura y el arte, entendiendo el arte y la literatura cómo la estética operativa, desde la teoría Kantiana de que la belleza es el símbolo de la moralidad y su característica es estar determinada por si mismo, por los sentidos y a estos no es posible aplicar el termino de libertad, pero si el de la capacidad sensible y de racionalidad, vértice donde confluyen estética e ideal, derivado en conocimiento o bien llamado por Hegel “presupuesto existencial” donde ya no se trata del pensar, sino de la manera.
Y volviendo al tema político desde mi subjetividad argumentada, pero desde un ángulo antropológico paseándonos por la subjetividad practica de Epicúreo el de “la filosofía como sabiduría existencial y no como sistema”, o de la Feurbachiana donde es fútil todo pensamiento desvinculado de su situación histórica, ya que ni la inteligencia privilegiada de Marx pudo articularlo con un significado diferente, así cómo aborda junto a Engels la idea de “falsa conciencia” sin hacer un análisis de “conciencia”, porque si existe una “falsa conciencia” debe haber una “conciencia cierta” y eso implica la idea de la mera “conciencia”, Marx expone cómo contraría a la “falsa conciencia” el conocimiento de la clase obrera, de su rol de clase revolucionaría capaz de modificar las relaciones de producción y la historia misma, todo este análisis es realizado en el “laboratorio” de una Inglaterra y una Alemania neoindustrial burguesa de condiciones especificas y trasladar este “procedimiento” a una sociedad completamente feudal cómo la rusa demostró que esa clase universal más allá de la teoría ideológica no existe y enuncio la conciliación entre lo racional y lo real que planteo Hegel, más allá de la experiencia rusa, todas los ensayos de aplicar la idea Marxista en una sociedad, independientemente de las revisiones Leninistas, Maoistas, Fidelistas o Bolivarianas, desembocan en colectivismo burocrático con invariable culto a la personalidad del líder generalmente bocón y picapleitos, restricción de libertades democráticas y apartheid de la disidencia.
Esa “conciencia cierta” contraria a la “falsa conciencia” Marxista, de conocimiento de su rol de clases, de los obreros venezolanos están muy lejos de tenerla, las condiciones climáticas parecidas entre Inglaterra, Alemania y la Rusia donde los cruentos inviernos dan una enseñanza congénita de trabajar para preveer, ahorrar comida, combustible, etc. a riesgo de perecer victima de los elementos y ese conocimiento antecede, prepara la idea básica de la organización social y aun así el burocratismo les birlo ese “rol histórico” y de las cenizas de ese colectivismo surgió un capitalismo bárbaro e inhumano que no respeta la dignidad individual, una especie de simbiosis entre lo más oscuro de dos sistemas antagónicos. Esa “conciencia cierta” popular y revolucionaría venezolana y caribeña es ligeramente percibida cómo fuerza pero de forma inversa y sabemos que al despejar una función a la inversa esa fuerza independiente se hará dependiente, fuerza dependiente o clientelar que no sabe de inviernos cruentos, que lleva grabado en los genes el provisionalismo de los conquistadores bandidos. Analicemos un ejemplo: la urbanización 23 de enero en Caracas, construida en las postrimerías de los años cincuenta por la dictadura perezjimenista, diseñada con el más alto concepto de urbanismo por el insigne venezolano Carlos Raúl Villanueva que entre otras obras diseño: el museo de bellas artes, la ciudad universitaria, UCV, su reloj insignia, el aula magna, el hotel jardín de Maracay, sede actual de la gobernación de Aragua entre otros, esa urbanización originalmente nombrada 2 de diciembre fue invadida a la caída del dictador y se logra entender esa fuerza popular y la conquista y se hace admirable la capacidad organizativa que logra este conjunto urbano denostado por ideologías trasnochadas que lo llevan a clientelar la fuerza, haciéndola dependiente, incapaces, amarrados a la promesa del politiquero de oficio que jura que esta vez si le arreglaran los ascensores que se murieron hace veinte años y que los hacen subir las escaleras de doce pisos cada día, o los bajantes de basura podridos hace treinta años y que los “hace” lanzar la basura por las ventanas de su propio apartamento, ¿que ideología renovada o no será capaz de organizar una clase “históricamente destinada” a la toma del poder sino es capaz de organizar la comunidad donde vive para pintar los hogares donde habitan y mantener aseados los edificios donde hacen su vida?
Ángel Rivero
Junio 29, 2009

jueves, junio 25, 2009

BIBLIOTECAS, DECRETOS Y PARADOJAS
Entre los primeros signos de la Hecatombe, aquellas bibliotecas perdidas. La de Jorge Mañach, hecha pulpa, según se dice, luego de que la turba asaltara la casa del profesor; la de Lydia Cabrera, cuya quinta también fue invadida en aquellos días; la de Labrador Ruiz, legendaria biblioteca de la que, según también se cuenta, tanto trabajo le costara desprenderse cuando partió al exilio y que se dispersó por las librerías de viejo de La Habana, en una de las cuales compré una hermosa edición del Elogio de la locura que aun conservo.
A esas bibliotecas burguesas, edificadas gracias al patrimonio y la dedicación personales, la Revolución opuso la masividad de una magna empresa editorial. Antes de 1959, apenas había editoriales en Cuba, aunque sí imprentas privadas y multitud de periódicos y revistas de gran calidad; no puede, entonces, ser más simbólico que justamente en los talleres de dos de los diarios recién nacionalizados en marzo del 60, Excelsior y El País, se hiciera aquella edición del Quijote que inauguró la Imprenta Nacional de Cuba con cifras impresionantes: cien mil ejemplares, en cuatro volúmenes a 25 centavos cada uno.

Contemporáneamente, el empeño de Lunes de Revolución por divulgar la cultura del siglo se correspondía con ese propósito de conformar una nueva biblioteca para un renovado público lector. A ese público creciente que deseaba elevar su nivel cultural y se manifestaba con desparpajo en las cartas a la redacción, el escritor cubano debía corresponder expresando artísticamente la dinámica realidad que el periódico reportaba en sus primeras planas. Su propia situación era consecuencia de los cambios revolucionarios: antes un paria, incapaz de vivir de su profesión, dependiente, en el mejor de los casos, de la cátedra y al periodismo; ahora tenía un trabajo del que vivir, un público al que dirigirse, editoriales donde publicar. Los escritos rescatados recientemente por La jiribilla ilustran el entusiasmo que esta nueva situación social despertó entre la mayoría de los escritores, pero la historia posterior que la revista cínicamente calla nos revela cuánto cambiaron los ánimos: años después de escribir aquella esperanzada carta a Castro, Piñera cayó en el ostracismo; su obra Dos viejos pánicos, duramente criticada por Leopoldo Ávila, no pudo representarse hasta mucho después de su muerte; dos de los participantes de la mesa redonda, Severo Sarduy y Nivaria Tejera, becados en Francia por el gobierno revolucionario, nunca regresaron y fueron por décadas excluidos de la cultura nacional; el tercero, Rodríguez Feo, que permaneció en Cuba, fue marginado en los setenta.

Editoriales y dictámenes, interés del estado y represión de su parte fue, pues, el contradictorio saldo de aquellos años convulsos que terminan con el Congreso de Educación y Cultura, un decenio justo después de las Palabras a los intelectuales. Entre la confesión de Padilla en la UNEAC y aquel discurso de Castro en la Biblioteca Nacional, el esplendor de la cultura cubana en los sesenta, que abarcó todas las manifestaciones artísticas y ha dejado no pocas obras relevantes, deriva en gran medida de la tensión entre la originalidad del impulso revolucionario y el imperativo neoclasicista de la cultura dirigida. En 1961, Castro dejaba claro que el límite de la libertad era la existencia misma de la Revolución, identificada a la Nación, y que la última palabra era, por tanto, la suya; esa preeminencia de las armas sobre las letras y las artes se consumaría, definitivamente, cuando uno del gremio fue obligado a hacer autocrítica y a acusar a sus amigos, para escarmiento de todos. Entre aquel par de célebres discursos, cuyo mensaje no está sólo en las palabras pronunciadas sino también en todos los detalles de las performances (el uniforme verde olivo del Comandante, su pistola sobre la mesa; la cara asustada de Padilla, las muecas de sorpresa y horror de los aludidos en su autocrítica), el Decenio de Oro parece transcurrir, vistas las cosas desde hoy, en una carrera contra el tiempo, como en aquella Unión Soviética de los años veinte tronchada por el estalinismo.

En 1971, ya mandaba Zdanov y Joyce no era sino decadencia burguesa; no quedaba margen para la literatura más que en la macabra hipérbole de ese discurso donde el poeta agradece a los agentes de la Seguridad por haberlo tratado tan bien. El campo de la legalidad revolucionaria, definido más bien negativamente en el discurso de Castro, se reducía, en la farsa de Padilla, hasta identificarse estrictamente con el discurso ideológico. No tocaba a los intelectuales ejercer crítica alguna, sino identificarse plenamente con el pueblo: eso declaraba el Congreso y eso declaraba el autocrítico. El nacionalismo colaboró con el dogma marxista en aquella expulsión de tantas y tantas cosas de la ciudad socialista: extranjerizante fue igual a diversionismo y a cosmopolitismo y a criticismo y a intelectualismo, mientras el recorte se producía, también, en otro nivel donde aquel anatema no podía caber, pues ¿cómo tachar de cosmopolitismo lo que se había considerado como lo propiamente nacional-popular, de intelectualismo aquellas descargas registradas en P.M.?
El dispositivo totalitario fue mordaza en los dos niveles de la esfera cultural: por un lado, reprimió a la alta cultura procedente de la tradición moderna, tachada de cosmopolita y antinacional; por el otro, al elemento popular, que en Cuba equivale en buena medida a lo afrocubano, como una barbarie que se resistía a los fines de la ilustración comunista, determinados por el doble objetivo de salir del subdesarrollo y prepararse para la defensa. Es justo en el año crucial de 1968, cuando el cierre por decreto de bares y cabarets acompaña a la movilización en las campañas agrícolas, que se intensifica la represión de los intelectuales negros que planteaban los problemas de la diferencia racial, y, más allá, de todos los que no se ajustaban al canon de Verde Olivo.
No es casual, tampoco, que sea ese el año de emergencia de la nueva trova, uno de los productos mejor elaborados de la paideia revolucionaria. Si la Revolución constituye un intento de desplazar, y hasta de eliminar, la frontera entre la cultura de élite y la cultura popular, al proponer a todos un modelo de estética, de etiqueta y de lenguaje común, la nueva trova, legitimada como su “banda sonora”, resulta un producto típicamente midcult, que vulgariza los procedimientos y tópicos de la poesía culta para un público más o menos ilustrado y militante. Reducto estilizado del kitsch comunista, la nueva trova se opone tanto al feeling como a la canción tradicional; en los tiempos en que Elena Burke recomienda “la doctrina martiana”, ya aquel esplendor de los cincuenta y los primeros sesenta es una Atlántida sumergida en un remoto pasado. La "inundación" -así llamó Piñera, entusiasta, al triunfo de 1959, sin sospechar que él mismo sería víctima de semejante cataclismo- era ya incontenible.
En 1960, Waldo Frank contraponía el frenesí de la Lupe, propio de la Cuba de ayer, decadente y neurótica, al baile de los trabajadores que en el recién creado círculo obrero Cubanacán bebían sin llegar a embriagarse, pues lo estaban ya del espíritu revolucionario. En una ocasión anterior, a propósito de P.M., señalé que las disposiciones de la Ofensiva Revolucionaria que en 1968 prepararon la movilización total de los años “del Esfuerzo Decisivo” y “de los Diez Millones” podrían verse como la más nítida expresión del propósito gubernamental de imponer radicalmente a lo largo de la Isla la modélica escena descrita por Waldo Frank. Ahora añado que una emblemática canción de la Lupe, “El diablo en el cuerpo”, representa muy bien aquello que la Nueva Cuba de milicias y trabajos voluntarios no podía tolerar; “esa fiebre que abrasa”, “consume”, “fatiga” y “emborracha” absorbe energías que deben invertirse exclusivamente en la defensa y el trabajo.

La dicotomía es clara: del lado revolucionario, labor y milicia; lo demás es amenaza. Unas críticas de Roberto Segre a las obras de Ricardo Porro, citadas recientemente por Ponte, son muy elocuentes a este respecto: “Si la sensualidad corresponde al mundo erótico que se genera en el ocio, en la vida contemplativa y coincide con el impulso irreflexivo, la irracionalidad, el espíritu representativo de la Revolución es totalmente diferente: el rigor impuesto por la lucha permanente contra el enemigo, el duro y tesonero trabajo necesario para salir del subdesarrollo, la educación científica necesaria para dominar los recursos disponibles en el mundo contemporáneo y proyectar así la sociedad hacia el futuro (...)”. Rigor, trabajo y educación científica se oponen, así, diametralmente a la relajación, al ocio y a la irracionalidad, y este culto revolucionario a la razón nos conduce a la última paradoja de la paideia marxista-leninista: el grosero intelectualismo que subyace a su programático antintelectualismo.
Mientras rechaza como artículo burgués la concepción del intelectual como "conciencia crítica" de la sociedad, y conjuga la homofobia y el antintelectualismo en la condena fascistoide del arte moderno, la doxa impone una concepción ingenuamente iluminista del arte y la literatura. En los ensayos y conferencias de José Antonio Portuondo y Mirta Aguirre se insiste en la idea de que el conocimiento del marxismo es condición sine qua non del escritor revolucionario, pues sin sus herramientas no se puede desentrañar las leyes del desarrollo histórico que el mismo está llamado a mostrar en su obra. El arte es, pues, concebido eminentemente como conocimiento didáctico; la metáfora, como suplemento de la referencia directa, y el lenguaje, como simple envoltura material del pensamiento. Hay, así, en la base del decreto del realismo socialista, un culto dogmático de la diosa Razón; el antintelectualismo de los nuevos comisarios y los viejos doctores es, paradójicamente, un intelectualismo.
Y será justamente en la adaptación "revolucionaria" de un género que en sus orígenes decimonónicos expresó el triunfo de la razón instrumental, donde semejante racionalismo se explayará de la manera más burda y lamentable. Con su realismo necesariamente académico y maniqueo, su ingenua concepción de la delincuencia como rémora del pasado precapitalista, y su deliberada confusión de la contrarrevolución y la criminalidad, la novela policial revolucionaria es otra especie antológica de nuestro kitsch comunista. Desde los estantes polvorientos de la biblioteca popular, esas risibles "novelas ejemplares" de los setenta siguen dando testimonio del grotesco mundo nuevo en cuyo nombre las bibliotecas de Mañach y de Lydia Cabrera fueron condenadas al trastero de la historia.

DUANEL DÍAZ INFANTE

http://www.elveraz.com/articulo762.htm

viernes, junio 12, 2009

CORAZÓN Y POLÍTICA


Los políticos y las políticas se apasionan
por un líder con todo el corazón.

Con sus aurículas y sus ventrículos,
válvulas tricúspide y mitral, aorta y cava,
pericardio, epicardio, miocardio, endocardio.
Con sus células musculares estriadas y lisas.
Sístoles y diástoles impulsando y expulsando,
de acuerdo al lente evangelizado en la óptica,
de la formación cromática,
del grupo etario al que pertenece.

Algunas veces, el tabique interauricular se obvia.
No se sabe si entra o sale el oxígeno catalizador.
Los límites entre la hoja parietal y la visceral
se desvanecen en algunos.
Las fibras colágenas se hacen elásticas o se fibrosan
ante los peligros y los acechos.
La zona subpericárdica con el tiempo se fibrosa,
de ahí las fibrilaciones en los puños y las caras.

La túnica íntima se pierde,
es inundada por el flujo verbal exacerbado.
Una pátina de plomo va plastificando
el endotelio de la compasión, impermeabilizándolo.

Entre tanto, el tejido neuronal
pareciera dormir un largo sueño.
La corteza cerebral parecieran adolecer de inactividad,
dejándole toda la carga al límbico.

María Luisa Lázzaro
www.marial-lazzaro.com

miércoles, junio 03, 2009

RETRATO CRÍTICO DE MARIO BENEDETTI

 

Decía que “Entre la literatura y la revolución, la prioridad es la revolución” y que “Matar es un agrio deber revolucionario”. Fue uno de los fundadores y principales dirigentes del Movimiento 26 de Marzo, fachada legal del MLN-T (Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros), organización terrorista que asoló el Uruguay en plena democracia desde el año 1963, con asesinatos, secuestros y robos multimillonarios. Estuvo entre los pocos intelectuales que defendieron a Fidel Castro cuando apresó al poeta Heberto Padilla y le restó importancia a los fusilamientos ordenados por el dictador cubano en 2003. Hablo, por supuesto, y aunque rompa muchos corazones ingenuos, de Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia, más conocido por su primer nombre y apellido. Caballero de sonrisa bonachona e ideas totalitarias, pero sobre todo un mal, muy mal poeta.“Benedetti es un escritor para consumo de la superficialidad y los aficionados a los lugares comunes”, ha dicho de manera tajante el colombiano Eduardo Escobar, un juicio que sólo puedo compartir y que de hecho comparten prestigiosos críticos y académicos del mundo entero.
Y es que si hubo grandes escritores latinoamericanos que defendieron posturas políticas igual de abyectas, como el argentino Julio Cortázar o el también uruguayo Juan Carlos Onetti, éstos fueron creadores de una obra literaria única e innovadora, que supera ampliamente los deslices cometidos en el campo ideológico.
No puede decirse lo mismo de Benedetti. Alberto Chimal lo encuentra “sospechoso de excesiva complacencia, de sentimentalismo, de simplismo. Y fue culpable con una frecuencia alarmante. Peor aún, su obra poética, que se fue recogiendo en ediciones sucesivas llamadas siempre Inventario, deja ver cada vez menos poesía a medida que pasan los años y cada vez más fórmulas, más lugares comunes, más prédicas a admiradores ya convencidos. El padre espiritual de sus poemas pudo haber sido, entre otros, Bertold Brecht, pero tiene entre sus hijos a Ricardo Arjona y otros todavía peores”. Aún más contundente es Alber Vázquez, quien califica a su poesía de “pedante, odiosa, pueril, cargante, malograda, cansina y aburrevacas”. El argentino dice que “Benedetti es un poeta de medio pelo al que una legión de indolentes con poca o nula experiencia lectora ha encumbrado más allá de todo lo razonable” y concluye definiéndolo como “Probablemente, el peor poeta del mundo”. Por su parte, el boliviano Pablo Javier Deheza retrata a Benedetti, de manera sintética y sabia, como "un poeta menor y un peor ideólogo". En un comentario burlón del libro de Benedetti Canciones del que no canta (que titula, justamente, pues menos mal que no canta) el español Javier Beades da en el clavo al explicar por qué el autor que nos ocupa capta tantos seguidores: “Hay una época en que (Benedetti) puede animar a escribir a un joven bachiller. Quizá una teoría que lo explica es la siguiente: como el proto-poeta adolescente suele aún tener muchos fallos técnicos, vacilaciones en sus temas y bandazos estilísticos, el poeta con estas características -que sin embargo es famoso- le hace sentirse acompañado y equiparado. Esta, esta poesía sí que la entiendo, podría ser el lema. Aunque por dentro, lo que resuena es pues si esto es poesía… ¡lo que yo hago también!”. Sin ánimo de agredir el sentido estético de los lectores, veamos sólo una pequeña muestra de “poesía benedettiana”: Los años pasan y pasan/La vida se pone vieja/tengo surcos en la frente/y una verruga en la oreja.No menos tajante es el igualmente ibérico José García Domínguez, quien desde las páginas de Libertad Digital define a Mario Benedetti como "el poeta más popular y también el menos importante del canon hispanoamericano contemporáneo. Siempre edulcorado con el almíbar empalagoso de la coartada política, agazapado siempre tras la beatitud inquisitorial del famoso compromiso". Continúa diciendo que "a Benedetti le aguarda el mismo destino literario que al célebre cadáver de Anatole France: llorado en el momento de su traspaso por un cortejo fúnebre kilométrico, al día siguiente ya nadie lo recordaba, salvo los surrealistas que se ensañarían con sus despojos en memorable panfleto". Y termina diciendo que con Benedetti "ha muerto el último velo lírico del estalinismo tropical. (...) Sobre todo y por encima de todo, fue un poeta prescindible. (...) Que el olvido le sea propicio". La carrera literaria de Mario Benedetti fue, durante años, una minuciosa colección de fracasos. En 1945 su primer libro, el poemario La víspera indeleble, no vendió ni un solo ejemplar. Tres años después, su segunda obra corrió la misma suerte. Benedetti pidió un préstamo tras otro para pagar las ediciones de su tercer, cuarto, quinto, sexto y séptimo libro entre 1949 y 1953, los mismos que fracasaron ostensiblemente. Recién en 1956, con Poemas de la oficina, consiguió vender la modesta suma de 500 ejemplares. Hasta que algo pasó en 1959. La revolución cubana. De esos primeros tiempos revolucionarios datan el volumen de cuentos Montevideanos, el mismo año de la entrada de Castro y Guevara en La Habana, así como la novela La tregua (1960). Pero lo cierto es que la revolución cubana proveyó algo más que simple inspiración. A partir del alineamiento público de Benedetti con la ortodoxia marxista-leninista y sobre todo desde 1967, cuando pasó a desempeñarse como funcionario del gobierno cubano dirigiendo el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, el aparato cultural-propagandístico de la isla lo catapultó a toda América Latina, retribuyendo su adhesión sin condiciones al nuevo sistema dictatorial. Fidel Castro necesitaba intelectuales que le lavaran la cara a su gobierno en medios internacionales y Benedetti fue uno de los que mejor cumplió esa labor. En 1968, por ejemplo, ante el alejamiento de la revolución del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, que optó por el camino del exilio, no dudó en descalificarlo diciendo que era un gusano y no precisamente de seda. Otro tanto hizo en 1971, cuando el régimen castrista encarceló al poeta Heberto Padilla acusándolo de contrarrevolucionario, para después obligarlo a firmar una carta de arrepentimiento. Un grupo de 61 intelectuales, entre los que se contaban Jean-Paul Sartre, Alberto Moravia, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, firmó una solicitada descreyendo de tal carta y denunciando a Castro por usar métodos de represión estalinistas. Benedetti, en cambio, publicó un artículo en defensa del régimen en el que afirmaba que entre la revolución y la literatura, había que escoger la primera.Por la misma época, Benedetti se dedicó a fustigar a la democracia uruguaya, abonando el terreno para quienes buscaban derribarla a tiros: los tupamaros. “Se fue generando un clima favorable a la guerrilla, y en esa tarea Benedetti tuvo una influencia importante”, explica el analista Hebert Gatto, estudioso de la ideología tupamara. Como parte de esa campaña, publicó en 1971 la novela El cumpleaños de Juan Ángel, un alegato en favor de la lucha armada. Pero el “compromiso” de Benedetti no se restringió a la propaganda, sino que en 1971 asumió un rol más activo desde la dirección del Movimiento 26 de Marzo, el brazo político de los tupamaros, ejerciendo tareas clandestinas que incluyeron la de alojar en su departamento a Raúl Sendic, cabecilla de la banda terrorista. A lo largo de sus años de actuación, los tupamaros demostraron una notable voracidad financiera. En sólo una semana atracaron 9 bancos, aunque el botín más sustancioso lo obtuvieron al robar dos casinos y la General Motors. No se sabe con exactitud cuántos miembros activos llegó a tener el MLN, pero las fuentes históricas manejan cifras que oscilan entre los 6.000 y 10.000 combatientes, que fueron derrotados por el Ejército en 1972, perdiendo lo que ellos llamaban la “guerra revolucionaria”. El proceso de quiebre institucional iniciado por los tupamaros una década atrás concluyó en 1973, aunque no de la forma esperada por ellos, con una revolución armada que culminara en el asalto al poder, ni con un golpe militar de izquierda, a la manera de Alvarado y Torres, como pretendía el Partido Comunista desde febrero de ese año. En vez de esto, el presidente Bordaberry disolvió el Parlamento e instauró un Consejo de Estado, cogobernando con las Fuerzas Armadas.Entonces fue el turno de Benedetti de partir al exilio. Entre 1976 y 1980 recaló en Cuba, pero luego prefirió, como muchos otros de sus camaradas, probar las mieles del capitalismo europeo.En 1984, como columnista de El País de Madrid, Benedetti polemizó en defensa del gobierno de Castro con los escritores españoles Juan Goytisolo y José Ángel Valente, que lo acusaron de mentir descaradamente. Otra polémica famosa fue la que sostuvo sobre el mismo tema con Mario Vargas Llosa, quien dijo que para Benedetti, que un gobierno exilie, encarcele o mate a sus adversarios es menos grave si lo hace en nombre del socialismo. En el 2003, un grupo numeroso de opositores a Castro fue condenado a penas de 25 años de cárcel y varias personas que habían intentado escapar de Cuba fueron ejecutadas. En ese momento, hasta un comunista de toda la vida como José Saramago sentó su protesta. Pero Benedetti se limitó a decir en una entrevista: Tampoco es cuestión de rasgarse las vestiduras por cinco ejecuciones (...) Por cinco que mataron en Cuba hay tanto escándalo.Mantuvo la postura intolerante hasta en sus últimos años. Cuenta su secretario personal, Ariel Silva, que “si una revista se imprimía en Miami, entonces no le daba la entrevista”. A un ex compañero de militancia que quiso hablar con él para explicarle por qué ya no adhería a la izquierda, se negó a recibirlo tildándolo de “traidor”. Y hasta llegó a decir que la historia política del Uruguay previa al gobierno del Frente Amplio era de “174 años de gobiernos de derecha”. Un completo disparate, en el país que conoció la legislación social de avanzada de José Batlle y Ordoñez, la “sustitución de importaciones” de Luis Batlle y la experiencia desarrollista del segundo gobierno blanco. Hoy en día, el partido que él fundara, el Movimiento 26 de Marzo, es miembro del Congreso Bolivariano de los Pueblos, organización digitada por Venezuela, estrechamente vinculada al Foro de Sao Paulo y al ALBA e integrada por el Movimiento Al Socialismo de Evo Morales, el MLN y todos los partidos comunistas latinoamericanos.Mario Benedetti, por su parte, recibió la última distinción de su vida de manos del cuasi dictador venezolano Hugo Chávez, quien le otorgó la Condecoración Francisco de Miranda.
Si ha leído hasta aquí, dudo que todavía le queden ganas de llorarlo.
Emilio Martínez Cardona
tomado de diario de américa

lunes, junio 01, 2009

LA FASCINACIÓN ESTÉTICA DEL HOMBRE NUEVO


Traje de campaña, camisa arremangada, boina roja, mirada rauda al reloj en un hora incierta, voz rendida, calma de quien tiene control de su oficio violento, un “por ahora” en lírica cursi de promesa redentora que catalizo en segundo la ansiedad de un pueblo engañado miles de veces, por fin una gorra alzada, una mano dura contra el desorden botarata, sí, si hay hombres para salvar la patria. Y con el aval de una carta pisoteada miramos el atajo de la revancha contra los políticos falsos y el del cambio fácil y rápido del orden cerrado, no había riesgo, nada podía ser peor que los adecos y copeyanos corruptos.
Le entendemos, habla cómo nosotros, nos entiende y capitalizo el deseo de grupo, el de una nación por ser únicos y grandiosos. Y la fila se hizo larga de oportunistas mafiosos, pidiendo el indulto ficticio en una suerte de extorsión para no destapar la olla de los guisos de Tomatico y Pimentón, los hijos del rey del chiripero. Lo hicimos entre todos, muchos lo auparon soñando lejos, otros tantos buscando la oportunidad acostumbrada del negocio fácil, algunos se opusieron con un rencor clasista y racista no muy diferente al que ahora nos horroriza, otros más pecamos de omisión y de un lado y de otro ningún esfuerzo intelectual fue aplicado, creamos nuestro Frankenstein y lo potenciamos en un golpe de estupidez, buscó asesoría en el monstruo Fidel, se hizo experto y consiguió cómo as bajo la manga una ideología trasnochada aupada de resentimientos en la más rebuscada de la necedades humanas, fue fácil conseguir el enemigo, mejor grande para darle matices de heroísmo. Ahora el hijo de todos cual adolescente pendenciero que sabe de todo, es gerente petrolero, canciller estrella, ingeniero, poeta, especialista financiero, astronauta e igual que la iglesia promete las estrellas, la redención, una vida nueva, una sociedad perfecta, con ministros y funcionarios igual que curas, invocando al dios perfecto y soñando en orgías. Así con los mejores ingredientes de la simpleza nos arenga para la construcción de un “hombre nuevo”, a semejanza de la canción “Construcción del Hombre Nuevo” de Daniel Viglietti: Por brazo, un fusil/por luz la mirada, y junto a la idea una bala asomada.//Y donde el amor/un grito escondido,/millones de oídos serán receptivo.//Su grito será/de guerra y victoria,/como un tableteo/que anuncia la gloria// Y por corazón a ese hombre daremos, el del guerrillero que todos sabemos.
Ahora con la táctica sencilla de divide y vencerás, nos divide usando el procedimiento básico de bueno contra malos y va legitimando la violencia, haciéndola institucional, haciendo leyes a su medida, rodeándose de artistas, escritores e intelectuales aislados del tiempo real, que intentan justificar la dictadura de más de 50 años de Fidel en nombre de la libertad, que logran ver belleza en un régimen cómo el de china donde la gente sufre la vieja barbarie, la de un pasado brutal, la de la dictadura comunista y la de una nueva bestialidad representada por un mercantilismo extremo que destruye las relaciones sociales, desprecia el sufrimiento de la gente y niega la libertad. Cómo dice Goette: Lo insuficiente / deviene aquí en acontecimiento. y así adquirimos nuestras Kalachnicov AK-47, el arma que más gente a matado en las guerras civiles del mundo.
Ojala la literatura pueda ayudar y no se convierta en parte del horror y no nos quede como anillo al dedo la frase de Kundera: El horror es un impacto, un momento de absoluta ceguera. El horror está desprovisto de toda huella de belleza. No vemos más que la intensa luz del acontecimiento desconocido que aguardamos. La tristeza… La tristeza, por el contrario, presupone que sabemos.

Ángel Rivero
Junio 01, 2009